La Primera Vez en la Playa de Rodas

Aunque uno haya visto innumerables fotografías y escuchado relatos entusiastas, nada prepara del todo al visitante para el primer encuentro real con la playa de Rodas Cíes. La experiencia comienza en los últimos minutos de la travesía en barco desde Vigo, cuando el catamarán reduce la velocidad para atracar. Es en ese instante, al asomarse por la borda, cuando se produce el primer impacto visual: una franja de arena de un blanco inverosímil bañada por aguas de un color turquesa tan intenso que parece pertenecer al Caribe y no al Atlántico gallego.

El verdadero descubrimiento, sin embargo, ocurre al desembarcar. El viajero pisa el muelle y, tras unos pocos pasos, sus pies se hunden por primera vez en esa arena fina y suave como el polvo de talco. El sol de agosto calienta la piel, pero la brisa marina trae consigo un frescor limpio, cargado de salitre. A la derecha, el océano se extiende en una calma majestuosa; a la izquierda, las aguas serenas del Lago dos Nenos reflejan el verde de la ladera arbolada. El visitante se encuentra de pie en un istmo perfecto, una pasarela natural entre dos mundos acuáticos.

El siguiente impulso es caminar hacia la orilla. El sonido dominante es el de las olas rompiendo con una suavidad hipnótica y el canto agudo de las gaviotas patiamarillas, las auténticas dueñas de la isla. Es entonces cuando llega la segunda gran sorpresa: el contacto con el agua. A pesar de su apariencia tropical, el Atlántico reclama su identidad con una frialdad cristalina y tonificante que despierta todos los sentidos. Es un contraste delicioso que define la esencia de las Cíes.

Mientras busca un lugar donde extender la toalla, el visitante recorre con la mirada el casi un kilómetro de medialuna perfecta que forma la playa. Comprende por qué ha sido catalogada como una de las mejores del mundo. No es solo por su belleza estética, sino por la sensación de estar en un entorno protegido y monumental. A pesar de la afluencia de gente propia de la temporada alta, la inmensidad de Rodas permite encontrar un espacio de paz. Esa primera vez no es solo una visita a una playa; es la confirmación de que el paraíso, a veces, se encuentra a tan solo un breve viaje en barco de distancia.