Comprando aros de oro para mi novia

Se acercaba una ocasión especial, de esas que merecen un regalo un poco más significativo, y quería encontrar algo para mi novia que fuera a la vez bonito, atemporal y que sintiera que era muy «ella». Después de barajar varias ideas, me incliné por una joya clásica que sé que le gusta y que creo que complementa perfectamente su estilo: unos pendientes de aro de oro. Me parecía un regalo elegante, versátil y con ese toque de valor perdurable que tienen las buenas joyas.

Claro que decir «unos pendientes aro oro» es solo el principio. Empecé a pensar en sus gustos y en las joyas que ya tiene. ¿Le irían mejor en oro amarillo, el más clásico, o quizás en oro blanco, más discreto? ¿Qué tamaño sería el ideal? No quería unos aros enormes, pero tampoco unos demasiado pequeños que apenas se vieran. Buscaba ese equilibrio perfecto para que pudiera llevarlos tanto en su día a día como en ocasiones un poco más arregladas. También me fijé en los diferentes estilos: lisos y pulidos, con alguna textura, más anchos, más finos, con cierres diferentes… La variedad era mayor de lo que había anticipado.

Con una idea más o menos formada en mente, decidí visitar una joyería de confianza aquí en el centro de Vigo, un lugar donde sabía que encontraría piezas de calidad y buen asesoramiento. El ambiente tranquilo y elegante de la tienda invitaba a mirar con calma. Me acerqué a las vitrinas donde exponían los pendientes y empecé a comparar. Verlos en persona siempre es diferente que online; puedes apreciar mejor el brillo del oro, el grosor real del aro, la calidad del acabado. Le expliqué a la joyera lo que buscaba, describiendo un poco el estilo de mi novia. Muy amablemente, sacó varias bandejas y me mostró diferentes opciones dentro de mi idea inicial.

Fue de gran ayuda poder verlos fuera de la vitrina, sopesarlos (aunque fueran ligeros) y compararlos lado a lado. Dudé principalmente entre dos pares de oro amarillo de 18 quilates: unos con un diseño ligeramente trenzado y otros perfectamente lisos, de un grosor medio y un tamaño que me pareció ideal, ni muy grandes ni excesivamente pequeños. Tras unos minutos de deliberación, imaginándolos en ella, me decidí por los lisos. Tenían un brillo precioso y una elegancia sencilla que sentí que encajaban perfectamente con ella. Realicé la compra y me los prepararon con esmero en una bonita caja de joyería, listos para regalar.

Salí de la joyería sintiéndome satisfecho con mi elección, aunque acompañado de esa inevitable mezcla de ilusión y nerviosismo que siempre precede al momento de entregar un regalo importante. Espero sinceramente haber acertado, que le gusten tanto como a mí al elegirlos y, sobre todo, que los disfrute y los lleve a menudo, sintiendo el cariño con el que los escogí. Ahora solo queda esperar a ver su cara cuando abra la cajita.