Las cepas de uva son vulnerables a las plagas (filoxera), la pérdida de apoyo del consumidor, las alteraciones climáticas y otros reveses causantes de su abandono progresivo, a veces hasta su extinción. En el último siglo, se han recuperado numerosas variedades. Un claro ejemplo es el vino tinto espadeiro.
También denominada torneiro, la uva espadeiro perdieron el interés de las bodegas en favor de cepas más rentables. Las tornas se cambiaron con la llegada del nuevo siglo, cuando su cultivo y explotación comercial experimentó un boom. Hoy se utiliza intensamente en la elaboración de vinos monovarietales de éxito, de la mano de Forja del Salnés, Zárate, Albamar y otras bodegas de prestigio.
La uva garnacha, por su parte, nunca ha estado en riesgo de extinción, pero la abundancia de sus cosechas (que alcanzaron su cénit antes de la fusión de las Coronas de Aragón y de Castilla) se desplomó a partir de los años ochenta. La razón fue la competencia de la variedad tempranillo.
También se cuestionaba la calidad de los vinos de garnacha, falsa creencia que contribuyó a desmentir el movimiento ‘Rhône Rangers’, que se propuso elaborar caldos de esta uva con la más alta calidad.
Otra Ave Fénix del sector vinicultor es la uva malvar. Sus viñedos se localizan principalmente en Castilla-La Mancha y en la Comundidad de Madrid, territorio donde esta variedad estaba olvidada y se creía desaparecida. Sin embargo, los vinos blancos elaborados a partir de uva malvar han renacido en las últimas décadas y gozan hoy de fama entre los entendidos.
Pese a ser una de las cepas más antiguas, la Carmenere desapareció de Europa cuando la plaga de la filoxera asoló las vides del continente. Para sorpresa de los franceses, fue redescubierta a fines del siglo XX en los campos de Chile, donde se la denomina erróneamente merlot.